recuperando reseñas
Jesse Malin, antiguo vocalista de la patrulla punk rocker D-Generation, nos cautivó hace cinco años con su primer disco, un sobresaliente ejemplo de rock contemporáneo de cantautor titulado “The Fine Art of Self Destruction”. Clásico irrefutable, destacado entre los mejores discos de los últimos años, es obvio que aquel listón ha marcado su carrera desde entonces, y me temo que va a seguir haciéndolo.
Neoyorkino ejerciente, legítimo causahabiente del legado de Dion, los Clash y Chuck Berry, está empeñado en exprimir todos los iconos de la gran manzana, al nivel –y sin exagerar- de un Woody Allen. Malin publica ahora su tercer trabajo –tras “The Heat”, también muy recomendable- y en él resulta evidente que, aún manteniendo las constantes que han venido siendo habituales en su trabajo, ha decidido abrir su paleta a sonidos más amables. La producción es mucho más pop, las canciones más digeribles. Todos los arreglos suavizan un material cuyo trasfondo, en ocasiones, nada tiene de edulcorado. ¿Qué pretende el artista, aparte de una lícita vocación de ampliar su nómina de destinatarios naturales? Probablemente, y conociendo la no disimulable naturalidad de Malin y su tampoco cuestionable actitud, nada “ilícito”. Quizá sólo se trate de un razonable paso adelante en su carrera. A quienes se acerquen por vez primera, el disco les va a encantar. Sus seguidores deberán reconocer que, aunque un poco complaciente, el material es bueno. ¿No hay en la tradición rock de Nueva York ejemplos innumerables de parecidos comportamientos?.
Hay muchos nombres propios en los créditos. Jakob Dylan, por ejemplo, que echa un cable como lo hacen Ryan Adams –éste, en concreto, unos cuantos- o Josh Homme. The Replacements, que son versioneados, o Springsteen, que quiso conocer a Malin tras escuchar la versión de “Hungry heart” que éste grabara para un cd de la revista británica Uncut y ha terminado cantando a dúo la bonita balada “Broken Radio”. Estuvo no hace mucho por Bilbao el bueno de Jesse, sin banda y con el simple acompañamiento al teclado de la competente Christine Smith. Nos hizo disfrutar un montón a los poquitos que nos atrevimos a desafiar los rigores de una noche de lunes. Ahí se mostró como un intérprete bien dotado, de gran sentido del humor y mucho carisma. Y eso sin entrar en sus canciones, que por supuesto borda. No me lo perderé cuando, según prometió, regrese con banda al completo.
También presenta su tercer trabajo la talentosa Jesse Sykes, quien comparte puesto con Malin entre los más interesantes –y personales- intérpretes del momento. Sykes procede de Seattle, Washington, y su nuevo disco -“Like Love, Lust & The Open Halls Of The Soul” es su título completo- debería de suponer su definitiva consagración. Favorita personal, destaca claramente en mi opinión entre todo el material “Americana” que desde hace unos años está llegando en tropel a las tiendas. Su cálida y a veces desasosegante voz, así como las atmósferas que consigue en sus canciones, la encadenan a la senda de los más grandes, Townes Van Zandt o Lucinda Williams incluidos.
Suenan impecables sus nuevos temas. A ese country casi crepuscular con el que me tenía embelesado ha incorporado toques de folk espectral, algo de psicodelia y simples y llanas estructuras pop. Todo ello sin concesiones, manteniendo el nervio y la tensión. Un cóctel que cae de lleno en lo que suele denominarse como “country cósmico”, buena categoría si se quiere vincular a la música norteamericana más tradicional con la procedente de otras sensibilidades. Y se agradece tanto el que no haya dejado del todo de lado sus raíces como que se haya animado –además con acierto- a flirtear con otras músicas.
Hay que destacar también a su banda, los Sweet Hereafter, siempre en su sitio, y en particular al guitarrista Phil Wandscher, un titán de las seis cuerdas con gusto exquisito, capaz de mantener el solito la conexión permanente con el espíritu de Neil Young & Crazy Horse. Disco de preciosa portada y espectacular producción, dotado de un lirismo que rara vez podemos encontrar en un entorno tan recio como es el rock de autor, exigirá bastante atención y esfuerzo por parte del oyente, pero a cambio ofrece garantía de excelente compañía. Y por mucho tiempo, pues acabará convirtiéndose en clásico. O en disco de culto, que es casi mejor.